domingo, 18 de septiembre de 2011

Autobiografía


Nací en el año donde el parlamento de Sudáfrica anula el apartheid  vigente durante cuarenta años;  en el que Freddie Mercury, vocalista de la banda de rock Queen, muere de bronconeumonía en Londres, al día siguiente de declarar que era poseedor del SIDA;  el año que Michael Jackson lanza al mercado  su cuarto álbum denominado “Dangerous” . Mientras tanto en  Colombia se creaba una nueva constitución política promovida por la Asamblea Nacional Constituyente, Paola Turbay era señorita Colombia y desde luego la época en la que los actos de violencia, como el asesinato del ex ministro de justicia  Enrique Low Murtra y la masacre de El Nilo, eran evidentes  en mi país.



El 21 de mayo de 1991 José Joaquín Jaimes de 27 años y Sonia Guerrero de 20, esperaban la llegada de su primer hijo o hija  que daría un cambio total a sus vidas. Y aunque dicen que la gran mayoría de los seres humanos son el resultado de embarazos no deseados, mi caso era distinto, conmigo duraron varios meses tratando de concebirme pero por cosas del destino no se les había dado este acontecimiento importante para ellos.  Ya para esta fecha me tuvieron en sus brazos y me llamaron Yesenia Jaimes Guerrero, sin embargo  si hubiera pasado más tiempo dentro del vientre de mi mamá corría el riesgo de morir. Así que a través de una cirugía de cesárea fue llevado a cabo mi nacimiento en la ciudad de Bucaramanga.





Fue un año de muchas experiencias y aprendizajes para mis padres, pues como en todo hogar todo gira en torno a los hijos y más sin son pequeños. Cuenta mi mamá que al primer año dejé de tomar tetero y ya no me chupaba el dedo. Me gustaba que me pusieran música infantil como la de Miki y la de Xuxa. El 31 de mayo del 92 fue mi bautizo en la iglesia San Vicente de Paul ubicada en San Francisco, por esto y  el motivo de mi cumpleaños mi realizaron  mi primera piñata.

Desde que nací he vivido en Floridablanca, y fue allí donde hice amigas como Alejandra, Silvia, Tatiana y Katherine; con ellas compartí la mayor parte de mi infancia. Los dos primeros años de mi vida no sólo me convertí en la hija  consentida de Sonia y José sino también en  su despertador, dado a que me levantaba a las 5 de la mañana a pedir tetero y de paso a que me cambiaran el pañal.






En el trascurso de mis 2 a 3 años tuve mi primer viaje a Cartagena  y vi crecer la barriga de mi madre día tras día anunciado la llegada de un hermano. Una de las cosas que más me divertía era que mi padre me paseara en la moto de él, aunque minutos más tarde me quedaba dormida.  Cuatro meses después de mi tercer cumpleaños, nace mi hermana Estefany Jaimes  G. Puedo decir que nunca tuve celos de ella, ya que mis padres seguían pendientes de mi y brindándome su afecto.





Inicié mis estudios a los cuatro años en el Colegio Semillero del 2000, allí cursé preescolar y primero de primaria. Casi siempre los niños lloran el primer día de clase, yo en cambio lloré al tercer día, me encantaba mi lonchera y odiaba el uniforme de diario porque la camisa me quedaba muy grande.  Fue el año en que me relacioné con muchos niños, pero en mis recreos me la pasaba con Jenrry un niño que a veces me hacia llorar dado a que  decía que era mi novio; también fui la madrina del salón y mi edecán, Jenrry.



Mi profesora de primer grado se llamaba Sonia y en casi todas las izadas de bandera  me destacaba como la mejor. Recuerdo que era compañera de Jessica Neira y con ella peleaba mucho porque me copiaba mis tareas y mis dibujos, pero actualmente este hecho me produce gracia, ya que fuimos muy buenas amigas durante la infancia.



Recuerdo que  mi enseñanza de lectura comenzó prácticamente en primero de primaria, allí la profesora a través de una cartilla me enseñaba las palabras más importantes y la transcripción de estas. También los dibujos de este cuadernillo era lo que me motiva hacer las planas que en cierta forma se convirtieron en algo estresante para mí, dado a esto mi proceso se convirtió en algo mecánico y monótono. Aprendí  primero a descifrar que comprender esos pequeños textos que se encontraban en los allí.
El resto de mi primaria (2°,3°,4° y 5°) la realicé en la Institución Carlos Gutiérrez Gómez. La profesora que jamás podré olvidar se llama Celina, y aunque decían que era la más malhumorada del colegio, para mí fue todo lo contrario. Tal vez por ser buena estudiante me convertí en su estudiante favorita, por eso me tenía en la cuenta para actividades como danzas, reinados, coreografías y obras de teatro. No sólo me gané el cariño de la profesora sino también el de mis compañeros; recuerdo que yo siempre tenía a alguien quien me hiciera los dibujos, ya que nunca me gusto dibujar; la más alta del salón me compraba comida en el recreo porque yo era muy pequeña  y  un amigo me regalaba siempre los adhesivos de sus cuadernos. Cuando yo llevaba el uniforme que no era, la profesora me dejaba salir con un compañero y compañera para que me acompañaran  a mi casa a cambiarme, puesto que yo vivía cerca al colegio.



En 5°, el salón me escogió como la representante para el reinado de la escuela, todos me apoyaron para los trajes y una de las competencias que tenía era mi hermana que también era la reina de preescolar. Aunque no gané, quede de tercera princesa pero con la satisfacción de haber aprendido a “modelar” dado a que la profesora me había permitido conocer a su sobrina que había sido reina del departamento de Norte de Santander y me había ayudado un poco con esto.

La profesora Celina, al igual que mis padres siempre había deseado que mi secundaria la realizara en un muy buen colegio y se preocuparon por prepararme bien, puesto que para ingresar a excelentes colegios públicos se necesitaba presentar un examen.

Tuve la posibilidad de estudiar en el Colegio María Goretti y Nacional de Comercio, pero el día que me iba a matricular en el Goretti  me llamaron de la Escuela Normal de Bucaramanga y decidí hacer mi bachillerato allí.

Estudié toda la secundaria en la Normal, allí crecí como persona y conocí la verdadera amistad. Al llegar fue muy duro para mí, ya que me trasnoché mucho haciendo tareas, conocí gente que era mejor que yo, sentí lo que era ganarse un insuficiente en una evaluación y enfrentarme a  estrictos profesores. Y aunque en la secundaria ya no se mencionaba el “recreo” sino el “descanso” mis compañeros y yo nos la pasábamos jugando a venados y cazadores, escondite, ponchados y al cara cara.




Mi profesora de lenguaje, en la Normal, nos obligaba a leer libros  y para mí era algo pesado, puesto que nunca había tenido uno en mis manos para leerlo. Pero fue allí donde inició la motivación por leer y saber qué me quería transmitir ese montón de hojas que me parecían infinitas. Comencé leyendo Fortunato de Luis Darío Bernal Pinilla, Cuando despierta el corazón de Hernando García Mejía, El maestro ciruela  y Los Amigos del hombre de Celso Román. No sé si era la edad, pero estás obras me parecían fabulosas. Con estos textos infantiles hacíamos dibujos y pequeñas reseñas de estas. También Cien años de soledad lo leí por primera vez en 8° y no me gusto para nada. En 10° y 11° la profesora Gloria se ingenio el momento lector que era un espacio de 30 minutos para leer lo que queríamos, aunque casi nunca funcionaba porque muchos, como yo, llevábamos el libro y hacíamos que leíamos. Pero lo que sí promovió mucho la lectura fue la socialización de cada uno de los libros que nos tocaba leer durante el año, ya que cada uno de los estudiantes  leía su obra escogida por él mismo y la contaba a sus compañeros, además el principal propósito era animar a los demás a que leyeran  a partir de las grandes historias comprendidas en los libros.

Yo siempre me destaqué por ser una niña juiciosa, responsable y estudiosa, pero cuando cursaba 9°  no iba a clase y me quedaba escondida con mis amigas hablando, a veces todo el salón nos poníamos de acuerdo para no asistir a clase de matemáticas y de orientación pedagógica e inventábamos algún “evento”, lo mismo para las tareas las evadíamos con alguna mentira.

En el 2006, ya no éramos niños sino adolescentes; y los enfrentamientos con los maestros eran frecuentes, así mismo las inasistencias a clases y las huelgas por algo  que no estábamos de acuerdo. Las firmadas de observador eran  insignificantes para mí y creo que para los demás, así que llenarlo no era tan importante. Mi salón que en ese año era 10-4 habíamos creado un botón como protesta hacia castigos injustos dados por lo profesores, aclaro que estos eran tareas, oficios de aseo en el colegio y firmadas al observador,  pero esto se convirtió en un grave problema   porque muchos creyeron que éramos un grupo subversivo y que estábamos siendo manejados por otros que no hacían parte de la institución, fue así que tuvimos encuentros con la policía para explicar esto que en realidad no era nada peligroso.

Sin lugar a duda el colegio es una etapa inolvidable para cualquier ser humano, las anécdotas son únicas y los amigos también. Al llegar a 11° me sentía muy orgullosa porque no todos los compañeros con los que inicié habían llegado hasta donde yo estaba, y lo más importante que estaba con mis amigas con las que había compartido seis años de aventuras y enseñanzas.  Fue difícil aceptar  separarnos, pero en el fondo sabíamos que era lo mejor que nos podía pasar porque  entraríamos a una etapa con más libertad y decisión propia.



Cuando me gradué no tenía ni idea lo que iba hacer. Me había inclinado por la sicología o el trabajo social, recuerdo que decía que no quería ser profesora porque estaba cansada de las prácticas y la pedagogía recibidas en el colegio.

Después de culminar mi bachillerato descansé un semestre y presenté el ICFES para poder ingresar a la Universidad Industrial de Santander, motivada especialmente por mi primer novio que se encontraba estudiando allí. Recuerdo que me presenté para la carrera de Trabajo Social  y como segunda opción Licenciatura en Español y Literatura. Convencida que pasaba en la primera por el puntaje que tenía me sorprendí al ver los resultados y darme cuenta que había sido admitida a la segunda opción. Sin saber el programa académico, decidí matricularme con el fin de no quedarme en la casa perdiendo tiempo y pensando en que el próximo semestre me podría cambiar de carrera.

Al llegar la UIS, me enamoré  de su infraestructura  y sobre todo de su prestigio. Fue como llegar a una pequeña Colombia, me encontré con personas totalmente distintas a mí tanto en su forma de pensar, vestir y actuar. Jamás podré olvidar la semana de inducción donde corrimos como niños por toda la Universidad haciendo actividades y nos conocimos entre compañeros.



Mis compañeras más cercanas eran Mariel Bacca, Paola León y Vanesa Gómez;  con ellas compartimos los dos primeros semestres. Pero a medida que pasaba el tiempo  fueron surgiendo grupos de amigos  y así mismo de trabajo. El choque más grande fue conocer a profesores estrictos, radicales, egocéntricos, humildes, aburridos, es decir de toda clase; enfrentarme y adaptarme a metodologías   que no me agradaban pero que serían el medio para aprender. De igual forma las lecturas  requerían una mayor comprensión y a su vez tiempo para poderlas entender.  Actualmente, me veo obligada a  leer con mucho detenimiento obras que contienen un análisis riguroso.

Fueron pasando los semestres y se me olvidó por completo cambiarme de carrera sentía y siento que estoy en lugar adecuado aunque a veces me invade la duda y la incertidumbre de saber si seré una excelente o aunque sea una buena profesora.

La Universidad para mí sin lugar a duda me ha dado la oportunidad de tener muchos compañeros y de conocer los verdaderos amigos, he aprendido muchas cosas que me han costado trasnochadas, hambre, estrés y nervios. Me ha permitido crecer como profesional y como ser humano. Tengo 20 años y me da miedo que no me alcance el tiempo o la vida para hacer todo lo que sueño hacer.