Nací en el año donde el
parlamento de Sudáfrica anula el apartheid
vigente durante cuarenta años; en
el que Freddie Mercury, vocalista de la banda de rock Queen, muere de
bronconeumonía en Londres, al día siguiente de declarar que era poseedor del
SIDA; el año que Michael Jackson lanza
al mercado su cuarto álbum denominado
“Dangerous” . Mientras tanto en Colombia
se creaba una nueva constitución política promovida por la Asamblea Nacional
Constituyente, Paola Turbay era señorita Colombia y desde luego la época en la
que los actos de violencia, como el asesinato del ex ministro de justicia Enrique Low Murtra y la masacre de El Nilo,
eran evidentes en mi país.
Desde que nací he vivido en
Floridablanca, y fue allí donde hice amigas como Alejandra, Silvia, Tatiana y
Katherine; con ellas compartí la mayor parte de mi infancia. Los dos primeros
años de mi vida no sólo me convertí en la hija
consentida de Sonia y José sino también en su despertador, dado a que me levantaba a las
5 de la mañana a pedir tetero y de paso a que me cambiaran el pañal.
En el trascurso de mis 2 a 3 años tuve
mi primer viaje a Cartagena y vi crecer
la barriga de mi madre día tras día anunciado la llegada de un hermano. Una de
las cosas que más me divertía era que mi padre me paseara en la moto de él,
aunque minutos más tarde me quedaba dormida.
Cuatro meses después de mi tercer cumpleaños, nace mi hermana Estefany
Jaimes G. Puedo decir que nunca tuve
celos de ella, ya que mis padres seguían pendientes de mi y brindándome su
afecto.
Inicié mis estudios a los
cuatro años en el Colegio Semillero del 2000, allí cursé preescolar y primero
de primaria. Casi siempre los niños lloran el primer día de clase, yo en cambio
lloré al tercer día, me encantaba mi lonchera y odiaba el uniforme de diario
porque la camisa me quedaba muy grande.
Fue el año en que me relacioné con muchos niños, pero en mis recreos me
la pasaba con Jenrry un niño que a veces me hacia llorar dado a que decía que era mi novio; también fui la
madrina del salón y mi edecán, Jenrry.
Mi profesora de primer grado
se llamaba Sonia y en casi todas las izadas de bandera me destacaba como la mejor. Recuerdo que era
compañera de Jessica Neira y con ella peleaba mucho porque me copiaba mis
tareas y mis dibujos, pero actualmente este hecho me produce gracia, ya que
fuimos muy buenas amigas durante la infancia.
Recuerdo que mi enseñanza de lectura comenzó
prácticamente en primero de primaria, allí la profesora a través de una
cartilla me enseñaba las palabras más importantes y la transcripción de estas.
También los dibujos de este cuadernillo era lo que me motiva hacer las planas
que en cierta forma se convirtieron en algo estresante para mí, dado a
esto mi proceso se convirtió en algo mecánico y monótono. Aprendí primero a descifrar que comprender esos
pequeños textos que se encontraban en los allí.
El resto de mi primaria
(2°,3°,4° y 5°) la realicé en la Institución Carlos Gutiérrez Gómez. La
profesora que jamás podré olvidar se llama Celina, y aunque decían que era la
más malhumorada del colegio, para mí fue todo lo contrario. Tal vez por ser
buena estudiante me convertí en su estudiante favorita, por eso me tenía en la
cuenta para actividades como danzas, reinados, coreografías y obras de teatro. No
sólo me gané el cariño de la profesora sino también el de mis compañeros;
recuerdo que yo siempre tenía a alguien quien me hiciera los dibujos, ya que
nunca me gusto dibujar; la más alta del salón me compraba comida en el recreo
porque yo era muy pequeña y un amigo me regalaba siempre los adhesivos de
sus cuadernos. Cuando yo llevaba el uniforme que no era, la profesora me dejaba
salir con un compañero y compañera para que me acompañaran a mi casa a cambiarme, puesto que yo vivía
cerca al colegio.
En 5°, el salón me escogió
como la representante para el reinado de la escuela, todos me apoyaron para los
trajes y una de las competencias que tenía era mi hermana que también era la
reina de preescolar. Aunque no gané, quede de tercera princesa pero con la
satisfacción de haber aprendido a “modelar” dado a que la profesora me había
permitido conocer a su sobrina que había sido reina del departamento de Norte
de Santander y me había ayudado un poco con esto.
La profesora Celina, al
igual que mis padres siempre había deseado que mi secundaria la realizara en un
muy buen colegio y se preocuparon por prepararme bien, puesto que para ingresar
a excelentes colegios públicos se necesitaba presentar un examen.
Tuve la posibilidad de estudiar
en el Colegio María Goretti y Nacional de Comercio, pero el día que me iba a
matricular en el Goretti me llamaron de
la Escuela Normal de Bucaramanga y decidí hacer mi bachillerato allí.
Estudié toda la secundaria
en la Normal, allí crecí como persona y conocí la verdadera amistad. Al llegar
fue muy duro para mí, ya que me trasnoché mucho haciendo tareas, conocí gente
que era mejor que yo, sentí lo que era ganarse un insuficiente en una
evaluación y enfrentarme a estrictos
profesores. Y aunque en la secundaria ya no se mencionaba el “recreo” sino el
“descanso” mis compañeros y yo nos la pasábamos jugando a venados y cazadores,
escondite, ponchados y al cara cara.
Mi profesora de lenguaje, en la Normal, nos obligaba a leer libros y para mí era algo pesado, puesto que nunca había tenido uno en mis manos para leerlo. Pero fue allí donde inició la motivación por leer y saber qué me quería transmitir ese montón de hojas que me parecían infinitas. Comencé leyendo Fortunato de Luis Darío Bernal Pinilla, Cuando despierta el corazón de Hernando García Mejía, El maestro ciruela y Los Amigos del hombre de Celso Román. No sé si era la edad, pero estás obras me parecían fabulosas. Con estos textos infantiles hacíamos dibujos y pequeñas reseñas de estas. También Cien años de soledad lo leí por primera vez en 8° y no me gusto para nada. En 10° y 11° la profesora Gloria se ingenio el momento lector que era un espacio de 30 minutos para leer lo que queríamos, aunque casi nunca funcionaba porque muchos, como yo, llevábamos el libro y hacíamos que leíamos. Pero lo que sí promovió mucho la lectura fue la socialización de cada uno de los libros que nos tocaba leer durante el año, ya que cada uno de los estudiantes leía su obra escogida por él mismo y la contaba a sus compañeros, además el principal propósito era animar a los demás a que leyeran a partir de las grandes historias comprendidas en los libros.
Mi profesora de lenguaje, en la Normal, nos obligaba a leer libros y para mí era algo pesado, puesto que nunca había tenido uno en mis manos para leerlo. Pero fue allí donde inició la motivación por leer y saber qué me quería transmitir ese montón de hojas que me parecían infinitas. Comencé leyendo Fortunato de Luis Darío Bernal Pinilla, Cuando despierta el corazón de Hernando García Mejía, El maestro ciruela y Los Amigos del hombre de Celso Román. No sé si era la edad, pero estás obras me parecían fabulosas. Con estos textos infantiles hacíamos dibujos y pequeñas reseñas de estas. También Cien años de soledad lo leí por primera vez en 8° y no me gusto para nada. En 10° y 11° la profesora Gloria se ingenio el momento lector que era un espacio de 30 minutos para leer lo que queríamos, aunque casi nunca funcionaba porque muchos, como yo, llevábamos el libro y hacíamos que leíamos. Pero lo que sí promovió mucho la lectura fue la socialización de cada uno de los libros que nos tocaba leer durante el año, ya que cada uno de los estudiantes leía su obra escogida por él mismo y la contaba a sus compañeros, además el principal propósito era animar a los demás a que leyeran a partir de las grandes historias comprendidas en los libros.
Yo siempre me destaqué por
ser una niña juiciosa, responsable y estudiosa, pero cuando cursaba 9° no iba a clase y me quedaba escondida con mis
amigas hablando, a veces todo el salón nos poníamos de acuerdo para no asistir
a clase de matemáticas y de orientación pedagógica e inventábamos algún “evento”,
lo mismo para las tareas las evadíamos con alguna mentira.
En el 2006, ya no éramos
niños sino adolescentes; y los enfrentamientos con los maestros eran
frecuentes, así mismo las inasistencias a clases y las huelgas por algo que no estábamos de acuerdo. Las firmadas de
observador eran insignificantes para mí
y creo que para los demás, así que llenarlo no era tan importante. Mi salón que
en ese año era 10-4 habíamos creado un botón como protesta hacia castigos
injustos dados por lo profesores, aclaro que estos eran tareas, oficios de aseo
en el colegio y firmadas al observador,
pero esto se convirtió en un grave problema porque muchos creyeron que éramos un grupo
subversivo y que estábamos siendo manejados por otros que no hacían parte de la
institución, fue así que tuvimos encuentros con la policía para explicar esto
que en realidad no era nada peligroso.
Cuando me gradué no tenía ni
idea lo que iba hacer. Me había inclinado por la sicología o el trabajo social,
recuerdo que decía que no quería ser profesora porque estaba cansada de las
prácticas y la pedagogía recibidas en el colegio.
Después de culminar mi
bachillerato descansé un semestre y presenté el ICFES para poder ingresar a la
Universidad Industrial de Santander, motivada especialmente por mi primer novio
que se encontraba estudiando allí. Recuerdo que me presenté para la carrera de Trabajo
Social y como segunda opción Licenciatura
en Español y Literatura. Convencida que pasaba en la primera por el puntaje que
tenía me sorprendí al ver los resultados y darme cuenta que había sido admitida
a la segunda opción. Sin saber el programa académico, decidí matricularme con
el fin de no quedarme en la casa perdiendo tiempo y pensando en que el próximo
semestre me podría cambiar de carrera.
Mis compañeras más cercanas
eran Mariel Bacca, Paola León y Vanesa Gómez; con ellas compartimos los dos primeros
semestres. Pero a medida que pasaba el tiempo
fueron surgiendo grupos de amigos
y así mismo de trabajo. El choque más grande fue conocer a profesores
estrictos, radicales, egocéntricos, humildes, aburridos, es decir de toda clase;
enfrentarme y adaptarme a metodologías que
no me agradaban pero que serían el medio para aprender. De igual forma las lecturas requerían una mayor comprensión y a su
vez tiempo para poderlas entender. Actualmente,
me veo obligada a leer con mucho
detenimiento obras que contienen un análisis riguroso.
Fueron pasando los semestres y se me olvidó por completo cambiarme de carrera sentía y siento que estoy en lugar adecuado aunque a veces me invade la duda y la incertidumbre de saber si seré una excelente o aunque sea una buena profesora.
Fueron pasando los semestres y se me olvidó por completo cambiarme de carrera sentía y siento que estoy en lugar adecuado aunque a veces me invade la duda y la incertidumbre de saber si seré una excelente o aunque sea una buena profesora.
La Universidad para mí sin
lugar a duda me ha dado la oportunidad de tener muchos compañeros y de conocer
los verdaderos amigos, he aprendido muchas cosas que me han costado
trasnochadas, hambre, estrés y nervios. Me ha permitido crecer como profesional
y como ser humano. Tengo 20 años y me da miedo que no me alcance el tiempo o la
vida para hacer todo lo que sueño hacer.