domingo, 17 de junio de 2012

2da crónica


Confesiones de una mucama

La primera vez que escuché la palabra mucama fue en una canción de Fanny Lu, decía algo así como: a esta mujer que se pasa tendiendo la cama, una mucama me llaman… la verdad no sabía que era esto de mucama, pero tenía la idea de que era algo así como una persona dedicada al servicio, y no estaba tan mal. Un día llegó una vieja amiga de mi madre  a hacernos la visita y entre historias que van y vienen, Elena nos contó que ahora trabajaba y que era mucama de un motel ubicado a las afueras de la ciudad. La propietaria del motel era una cuñada de ella y no sólo la había empleado a ella sino también a dos sobrinos, ya mayores de edad, aclaró; nos contaba aquella tarde del mes de diciembre que jamás había imaginado que un oficio como estos fuera tan difícil y no tanto por la esfuerzo físico sino por las situaciones que día a día se viven en un sitio como estos.

Nos contaba: yo me levanto a las 5 de la mañana, cuando el turno lo tengo de día, para llegar a las 7:30 am al trabajo, a veces llego con alguno de mis sobrinos otras veces sola.  Yo llegué con la idea de que este lugar era para parejas, pero se me había olvidado que estamos en pleno siglo XXI y que pareja no es sólo mujer y hombre, sino como diría la reina hombre con hombre, mujer con mujer, del mismo modo…Bueno, mi oficio es arreglar las habitaciones, poner todo en orden, a veces me toca adecuarlas dependiendo de lo que pida el cliente: flores, pétalos, trago, películas porno, en fin lo que se le ocurra al cliente. Después quitar las sábanas, recoger la basura, condones usados que los dejan en el piso  y  algunas personas dejan juguetes sexuales o cosas de esas. 

Lo que antes me parecía asombroso, ahora ya es normal: Casi todos los días viene un señor de aproximadamente unos 60 años, ya un abuelo,  y con él una niña  distinta cada día, son niñas porque llegan con el uniforme, a mi al comienzo se me bajaba todo yo pensaba en mis hijas, dice Elena, lo raro era que no se demoraba nada en la habitación  por mucho diez minutos y con las mismas salía como si nada. También es muy usual ver parejas de hombres, casi siempre uno joven con uno más  veterano o tríos…


Yo después de que termino las labores de las habitaciones, por ahí a las 11 de la mañana, me ubico en la recepción  que me va mejor porque hay personas que llegan solas y yo les ofrezco un catálogo de mujeres y hombres de todos los precios, a veces me preguntan qué cuál aconsejo, y la verdad es que por cada cliente que le consigo a unas de las personas que se encuentran en estas revistas me dan una remuneración, pues son prepagos y viven de eso. 

De los tantos que casos que me comentó Elena, estaba el de una pareja en el que casi siempre el hombre golpea e insulta a su acompañante: es como si se vieran no sólo para tener sexo sino también para practicar algo de boxeo, decía Elena; yo me llenaba de nervios y pensaba que en cualquier momento alguna tragedia inesperada sucedería. Un día intente preguntar qué pasaba, pero mi jefe, mi cuñada, no me dejó;  cuando esta pareja salía todo era distinto, normal felices y contentos. Otra de las cosas más duras al comienzo de este oficio fue soportar los insultos de la gente que pasan en cualquier tipo de vehículo ya que el motel queda por una de las carreteras más importantes para salir de la ciudad, pues cuando salgo de mi trabajo a veces con alguno de mi sobrinos otras veces con los dos, la gente me grita: perra, loba, zorra, salta cunas, prostituta y cualquier insulto…Pero sólo Dios sabe lo que hago y ya cosas como estás no me afectan en nada.

La verdad para un trabajo como el de Elena se necesita tener coraje, personalmente yo no aguantaría tanto sobre todo con la labor principal, tender camas  donde queden extremadamente templadas las sábanas. Gracias a Elena y su visita pude pensar que un oficio como estos no es tan fácil y que va más allá de organizar una habitación.

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